Cal Paradís



Ubicación: Av. Vilafranca, 30
       Vall d'Alba (Castellón/Castelló)
       España
Código Postal: 12194
Teléfono: 964320131
Horario: Cierra domingos y lunes. Noches sólo viernes y sábados.
Menciones: 1 Estrella Michelin y 2 Soles Repsol
Tipo de cocina: De autor, De mercado, y Mediterránea
Te puede interesar: Fácil aparcamiento
Web: https://calparadis.es/
Precio estimado: 150,00€

Valoración media :  
5 stars   0
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2 stars   0
1 stars   0
4 estrellas de 2 Valoraciones
Cocina 4 4
Servicio 4 4
Local 4 4
Servicio del vino 4 4
Relacion calidad-precio 4 4
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7 comentarios sobre “Cal Paradís

  • el 9 julio, 2021 a las 06:57
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    Cualquier persona que se prodigue en determinados círculos gastronómicos suele verse inmerso alguna que otra vez a lo largo de su vida en el recurrido debate alrededor de los criterios que llevan a los profesionales de la crítica gastronómica a otorgar más o menos reconocimiento a cada restaurante. Si hablamos de Michelín o de Repsol, por ejemplo, se vierten ríos de tinta intentando argumentar o desmontar los parámetros por los que se rigen sus inspectores a la hora de premiar o dejar de hacerlo a esos establecimientos a los que rinden visita.

    Y, como consecuencia de ello, se han generado dos corrientes de opinión completamente antagónicas: aquellos que aseguran que las estrellas se consiguen con mayor facilidad en un pueblo que en una gran ciudad (al existir una menor oferta y, por tanto, menor competencia, al tratarse de un público menos exigente…) y los que, por el contrario, ven bastante más difícil conseguirla en ese entorno “rural” (por falta de visibilidad del negocio, por tener una bolsa de clientes potenciales mucho menor, una mayor dificultad en el abastecimiento de producto de calidad, etc).

    Me resulta ciertamente difícil posicionarme al respecto. Quiero que quede claro que, en mi recorrido por bares y restaurantes de todo el país, predominan de manera apabullante aquellos que jamás han recibido el reconocimiento de ninguna guía especializada sobre aquellos otros que sí pueden presumir de contar con ello. Tener o no tener un galardón, no es argumento suficiente que motive mi desplazamiento o la elección de un restaurante u otro. Además, si hago memoria y contabilizamos aquellos lugares galardonados en los que he podido estar, creo que se imponen con claridad los que se sitúan en pueblos o ciudades pequeñas frente a aquellos que se ubican en las grandes urbes.

    Mi paso por casas como Maralba en Almansa, Solana en Ampuero, Casa Gerardo en Prendes o Las Rejas en Las Pedroñeras y la charla de sobremesa con los cocineros o el personal de sala de esos sitios me han dejado bien claro el papel enormemente importante que representan sus negocios en esas pequeñas localidades. En sus restaurantes pocas veces se da la espalda al cliente local. Al contrario, es éste el que cuenta con mayor simpatía. No en vano, se trata de gente humilde que, generalmente, ha sido partícipe de los inicios y la posterior evolución, personas que esperan ansiosamente cualquier celebración (un nacimiento, una Primera Comunión o un aniversario de boda) para volver una vez más a dichos lugares.

    Por otro lado, de la conversación con algún que otro taxista, con los empleados de hostales y pensiones donde me he alojado, con camareros de otros bares del lugar, compatriotas todos ellos de esos grandes cocineros, se deduce a su vez una alta estima hacia ellos, el orgullo de poderlos contar como conciudadanos suyos y su agradecimiento por haber revitalizado el sector servicios en la población en la mayoría de ocasiones. En muchos de los casos existe una simbiosis perfecta entre unos y otros que acaba por favorecerles a ambas partes, como debe ser.

    Al hilo de lo que comentaba en los párrafos anteriores, esta localidad castellonense puede servirnos como el más claro ejemplo de cómo un restaurante puede llegar a influir en el posicionamiento de un municipio. Les aseguro que, con toda certeza, quien hoy les escribe jamás habría oído hablar de la Vall d’Alba si no hubiese sido por obra y gracia de su restaurante más reconocido: Cal Paradís.

    Cal Paradís cuenta con el reconocimiento de las guías gastronómicas más prestigiosas. En el 2013 le concedieron por primera vez la preciada estrella Michelín y, desde entonces, la ha renovado en todas las ediciones posteriores. Además, recientemente ha obtenido dos soles Repsol. Detrás de ese éxito hay una historia de retos constantes y logros conseguidos.

    La vida de Miguel Barrera siempre ha orbitado alrededor de la hostelería. Fueron sus padres quienes abrieron el bar/restaurante en la misma ubicación en la que sigue Cal Paradís actualmente. Aunque al principio la hostelería no entraba en sus planes, más adelante Miguel decidió hacerse cargo del negocio. Además, siempre ha contado con la compañía de Ángela Ribés, su esposa. Los dos juntos tuvieron que afrontar la difícil decisión de prescindir del bar y convertir Cal Paradís en restaurante gastronómico. Primeramente, muchos no entendieron aquella decisión, pero el paso de los años ha servido para limar asperezas y estoy convencido que, a día de hoy, cualquier valldalbí se siente orgulloso de tener Cal Paradís en su pueblo.

    Menú Miguel Barrera (110,00 €).

    Aperitivos iniciales: En un único pase, llegan a la mesa tres bocados que, siguiendo las instrucciones del personal, tomamos directamente con las manos. Nos sirven: boquerón, remolacha y almendra; piel de bacalao, brandada y olivada; brioche de queso y caballa. El pescado actúa como hilo conductor entre los tres, presentado en diferentes cocciones y texturas. En todos ellos se muestra un dominio excelente de la técnica correspondiente y una certera armonía entre los sabores que aporta cada uno de los ingredientes al conjunto.

    Pata crujiente de pollo: otro ingenio técnico que sorprende tanto por su ejecución, que se nos antoja ciertamente compleja, como por la elección de un producto tan poco recurrido en la alta gastronomía como la pata del ave. Como base del conjunto se usa la piel de ésta completamente desprovista de cartílago y huesos. Queda como inflada y crujiente, a modo de corteza o torrezno. Sobre ella se sirve un guiso hecho con la carnaza que conserva perfectamente toda la melosidad característica de las patas de gallo. Un pase muy original.

    Tomate de penjar y sardina de bota: Muestrario icónico de la cocina “de conserva” de esta tierra. “Penjar” (colgar) los tomates en el envigado del desván era el procedimiento que se usaba, y se sigue usando, para disfrutar de este producto veraniego a lo largo de todo el año. La sardina “de casco” o “de bota” es una salazón que cuenta con gran arraigo en los hogares de esta comunidad. Plato de marcado corte tradicional, a modo de homenaje al costumbrario valenciano, aunque atemperando intencionadamente el punto salino notable que caracteriza este producto.

    Espárrago y holandesa: Plato de “rabiosa” temporada que ensalza la excelencia de este vegetal. Se juega con los sabores y texturas del espárrago blanco y del verde y se ligan ambos con una holandesa que resulta enormemente sedosa al paladar. Disfrute.

    Ostra escaldada, coliflor y cítricos: Acertados los condimento que Barrera añade al molusco que complementan bien y atemperan la potencia de éste, pero sin llegar a niveles de intrusismo que devalúen el conjunto. Algo decepcionante la presentación del plato que, en mi humilde opinión, siempre luce más servido sobre su caparazón o concha o en un recipiente de menor tamaño.

    Colmenillas rellenas y yema: el preciado hongo, el relleno de foie, la yema de huevo escalfada y las láminas de trufa con se corona el plato anticipan una victoria apabullante de la propuesta. Lo es para las papilas gustativas que se regocijan del placer que supone su ingesta. Sin embargo, no acaba de enamorar la textura de las colmenillas, dura y correosa en exceso. ¡Lástima!

    Guisantes de lágrima, sepionet a la plancha y butifarra: Cada vez son más conocidos los excelentes resultados que nos da la combinación de los cefalópodos con los embutidos y otros productos porcinos. En Cal Paradís encontramos uno de los mejores ejemplos de ello y, si además se añade como acompañamiento una buena cantidad de guisantes de calidad excelente, la calificación del plato aún sube más enteros. Disfrutamos tanto en su ingesta que olvidamos tomar el pertinente testimonio gráfico. Lo siento.

    Molleja de cordero y caviar: De nuevo nos llama la atención el aspecto “espartano” del plato, sorprendentemente sencillo en todos ambos aspectos: la vajilla elegida y la disposición de los elementos que lo conforman. Este déficit de presentación se atenúa con el efecto resultante en boca que es realmente gratificante. Mención honorífica para la cocción exacta de la molleja.

    Anguila, all i pebre y berenjena: Como ya comentamos en los snacks iniciales, Barrera siempre acierta con las combinaciones de elementos y sus sabores. Se antoja un tanto aventurado el acto de combinar la berenjena con este allipebre “deconstruido”. Sin embargo, la mezcla funciona y, de la unión de ambos, surge un buen plato.

    Salmonete, jugo de sus espinas e higadillos: En los principales, pescado y carne, no ha lugar a combinaciones de riesgo y se apuesta por lo clásico. En este caso, el salmonete, al que se le da un trato excelente y se acompaña con el caldo de sus interiores y con unas habitas con un toque mínimo de cocción. A decir verdad, no precisa de mucho más.

    Lomo de cierva, celery y setas: Pase en una línea similar a su antecesor. Cabe mencionar la cocción excelente de la carne, que queda tierna y jugosa, y sus acompañantes con un marcado carácter clásico.

    Leche, manzana y lima: Si los últimos pases de la parte salada del menú rezumaban tradición y clasicismo, la propuesta dulce de Barrera podríamos encuadrarla en una cocina muchísimo más moderna. El primer postre supone una bocanada de frescura y un divertido juego de texturas y matices: dulce, ácido… Además, se recupera un alto nivel en cuanto a la presentación del plato, aspecto éste que, como se ha dicho, encontramos un tanto descuidado en algunos pases.

    Espuma de almendras, naranja: Homenaje a los frutos del campo valenciano. Se da protagonismo a todas las vertientes de la Comunitat: el fruto seco y el jugoso, el secano y el regadío, la costa y el interior… Dejando de lado esa vertiente más conceptual, el resultado del postre es más que satisfactorio y, sin adolecer en dulzor, supone un buen cierre para el festín.

    Acompañamos el menú con sendas botellas de vino. Salió en primer lugar Bat Gara Aromas del sur (100% Hondarrabi Zuri – Arabako Txakolina), que resulta complejo y bastante diferente a los txakolís probados hasta la fecha. Le siguió un certero Fagus (100% garnacha – Coto de Hayas – Campo de Borja) y acompañamos los postres con dos copas de Château du mont Cuvée Jeanne (100% Semillon – Sauterns). La bodega no es excesivamente extensa pero es un compendio interesante de vinos de las diversas DO españolas y algunos vinos internacionales, todos ellos con un precio muy razonable.

    Cal Paradís no se sitúa en un entorno paradisiaco, todo sea dicho. La Vall d’Alba no es uno de esos pueblos de Castelló que, como otros cercanos a él, sorprenden al nuevo visitante y que regalan preciosas postales y paisajes. Se trata de una población situada en una pequeña llanura, constituida por casas bajas, de dos o tres alturas a lo sumo y dedicada principalmente a la agricultura. Encontramos el restaurante junto a lo que parece ser la antigua travesía del pueblo y que, como en tantos otros lugares, ha acabado sacándose a la periferia del núcleo urbano. Aunque la fachada del edificio se ha remodelado en su parte baja, el aspecto general no augura el tipo de cocina que vamos a encontrarnos al adentrarnos en él.

    Un aspecto bastante más elegante presenta el salón principal. La sala es amplia y luminosa y con un estilo sencillo y nada estrafalario. Similares adjetivos podríamos aplicar al personal que atendió nuestra mesa, y todas las demás, pues el servicio ese día corrió únicamente a cargo de Ángela y otra persona. Aunque eso provocó alguna espera entre plato y plato más larga de lo deseado y algunos detalles peculiares como el hecho de no marcar los cubiertos en cada pase (al principio se deja sobre la mesa una bandeja con varios tenedores, cuchillos y cucharas y son los propios comensales los que van tomándolos según necesidad) o tener que servirnos el vino nosotros mismos en alguna ocasión, esas anomalías se vieron compensadas por el trato exquisito y familiar que nos dispensaron y por la experiencia profesional más que sobrada que ambos demuestran.

    Post ilustrado con imágenes en: https://www.vinowine.es/restaurantes/cal-paradis-el-decano-en-la-provincia-de-castello.html

    Valoración media 4 4
    Cocina 4 4
    Servicio 4 4
    Local 4 4
    Servicio del vino 4 4
    Relacion calidad-precio 4 4
    • el 10 julio, 2021 a las 11:33
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      En la reseña de este restaurante que colgué en octubre/2020 (debajo de ésta), sí que me posiciono claramente sobre lo que cuestionas al inicio de tu reseña, concluyendo la misma con la rotunda afirmación de que la Michelin, sobre todo la Michelin, pero también la Repsol, son menos rigurosas en pueblos que en ciudades.

      No desarrollo en la citada reseña esta afirmación, pero sin entrar mucho en detalles te diré que en mi opinión no es por los motivos generales que citas (menor competencia, exigencias más bajas…) sino porque realmente estamos hablando de guías cuyo origen no es otro que ser “guías de viaje”, con lo que éstas buscaban lugares en carretera, o cerca de ellas, que poder recomendar para ayudar y orientar al viajero cuando hacía una pausa en su viaje. Ésta y no otra era su finalidad original, además por supuesto de cumplir su misión empresarial: dar empaque y visibilidad para aumentar ventas de las marcas que las patrocinaban, ambas absolutamente vinculadas al concepto “viaje”: Michelin (ruedas) y Repsol (gasolineras).

      Basta con recordar cuales eran los criterios iniciales que la Michelin exponía en su argumentario para la concesión de estrellas:

      Una estrella: si el establecimiento era recomendable en el caso de que en tu trayecto pasaras por la localidad o carretera donde se encontraba el restaurante.

      Dos estrellas: si por su calidad merecía la pena que te desviaras unos kilómetros

      Tres: si eran tan maravilloso que justificaba un viaje ex profeso (o “de propio” como decimos en Aragón) 😉

      Por ello, estaban obligados a buscar y rebanarse los sesos para encontrar lugares en carretera que poder recomendar, algo sin embargo muy sencillo en ciudades.

      Pero ya Toni, al margen de teorías que serán más o menos acertadas, hay algo que me empuja a posicionarme como decíamos tan claramente, y es que por mis vivencias subjetivas y personales, he comprobado que hay bastantes restaurantes con una estrella en pueblos que a mi juicio no la merecen, o dos que merecen a lo sumo una, y muuuchos en las ciudades que se quedan sin galardón alguno mereciéndolo.

      En entornos rurales, haberlos haylos, pero pocos, restaurantes que en mi opinión merezcan galardón y no lo tengan, pues en seguida se lo dan.

      Oye, me he mojado hasta el gollete, ¿eh? jajaja. Me mojo más: hoy por hoy, este restaurante que nos ocupa, no merece galardón más que muchos otros de ciudades cercanas como Valencia y Castellón que no lo tienen.

  • el 25 octubre, 2020 a las 07:55
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    Una michelin en un anodino pueblo de interior de Castellón, llamado Vall d’Alba. Y mantenida desde hace 7 años, desde 2013.

    Me despertaba mucha curiosidad, me habían hablado muy bien tiempo ha, aunque lo cierto es que últimamente no sonaba mucho. Su chef y propietario, Miguel Barrera, tiene mucho prestigio en los foros gastronómicos de la Comunidad. Por todo ello, Cal Paradís era uno de esos restaurantes señalados en rojo en la lista de pendientes que todos los foodies tenemos. Así que un viernes nos cogimos el día y nos acercamos allá, dispuesto a tallar la muesca en la culata de mi fusil.

    No me digas por qué, pero me había hecho la idea de que tenía un entorno idílico. Nada de nada, está en una calle del pueblo con absolutamente ningún atractivo, al igual que el edificio de dos plantas en el que se ubica, eso sí, con la fachada del bajo cuidada y con un pequeño jardín a la entrada. Esto elevó aún más mis expectativas, pues entonces, pensé, la estrella no tendría nada que ver con el entorno, sino con lo que hubiera dentro del plato. Bien, bien, a eso venimos, a comer.

    El interior es muy agradable y armónico, con una sala despejada y luminosa en la que imperan los tonos claros, con el blanco preponderando. Relajante.

    Tiene tres menús degustación, uno de ellos más “del día”, que acaba con un arroz, y dos gastronómicos, uno corto y otro largo, optamos por el largo, denominado “Menú Miguel Barrera”, que en principio contiene esto:

    —————

    Piel de bacalao, brandada y olivada
    Brioche de queso de cabra
    Crujiente de algas, gambita blanca
    Remolacha a la sal, vinagreta de naranja, requesón naranja
    Manitas, chipirón y kimchi
    Tomate de penjar, sardina de bota

    Matices del mar
    Ventresca de atún. boniato
    Ostra, salsa de ostras y cítricos
    Llanega negra, caldo de olleta
    Riñones, caviar ecológico
    Callos marinos, fabes, tocino y butifarra
    Escórpora. alcachofas e hinojo
    Lomo de cierva, aromas del monte
    ….
    Leche, manzana y lima
    Tarta de calabaza, leche
    Petit fours

    —————

    Decía que en principio porque uno ya imagina que dado el carácter marcadamente de mercado de los platos mencionados, puede sufrir cambios precisamente por la situación del mercado, pero lo cierto es que nadie nos avisó de ello, ni al sacarnos los platos nos lo comentaron, se limitaron a cantarlos. Así, la escórpora no fue escórpora sino merluza, la llanega negra no fue llanega negra sino Boletus pinícola (qué pena, no me dice nada a mí este boletus).

    La cocina de Barreda me pareció muy limpia, elegante, con plasticidad en los emplatados. Autoría en sus creaciones, sin complejos ni miedos en el uso de productos (riñones, manitas, callos marinos), de proximidad la mayoría de ellos. Imprime ligereza, sales del degus largo sin ningún tipo de pesadez, casi lo contrario.

    Nos gustaron bastante varios platos, contados, entre ellos y sobre todo el primero, “Piel de bacalao, brandada y olivada”, que exhalaba frescura, salinidad, diversión en el juego de texturas, y jugosidad y sabor, y el último “Lomo de cierva, aromas del monte”, con un saborazo tremendo, el punto de la pieza de caza brutal, bien elegidas las setas que acompañaban, y presentación moderna e impecable, realmente plausible. También nos agradó uno que no veo en la carta de perdiz escabechada con sus hígados en foie y flor de calabacín, en el que el escabeche no se percibía al masticar la perdiz, porque estaba en una gran flor de calabacín que le acompañaba, deliciosamente encurtida y que aportaba graciosa e imaginativamente el punto de vinagre, qué rico saborear todo junto. Destacable por último otro plato, un mar-montaña radical pero muy fino y sencillo, “Riñones, caviar ecológico”, un riñón de conejo cocido suave, con un sombrero de caviar granadino Riofrío, y una cama creo que de jugo de riñones, pero en este caso de cordero.

    Sin embargo, la mayoría nos dejaron tibios, incluso creo que hasta podría calificar como fallido a uno de ellos, “Matices del mar”, deslavazado, sin ligazón ni estructura.

    No sé, no salimos aplaudiendo con las orejas, en general faltó sabor y conexión, redondez, excepto en los platos mencionados, estupendos dos de ellos.

    Muy buena carta de vinos y buen trato de los mismos.

    El servicio, amable, educado y cercano cuando se requería, muy bien, aunque con alguna carencia de conocimiento en algún caso. Eché de menos lo que he comentado antes de que nos avisaran de los cambios y, en un restaurante de este nivel también creo que deberían facilitarte la comanda del menú tal como quedó al final o decirte donde encontrarlo (en la web y/ en el QR está el detallado sin contemplar los cambios).

    La experiencia en Cal Paradís reforzó más si cabe mi opinión, contrastada con frikyamigos, de que la Michelin es menos rigurosa en los pueblos que en las ciudades.

    Valoración media 4 4
    Cocina 4 4
    Servicio 4 4
    Local 3 3
    Servicio del vino 4 4
    Relacion calidad-precio 3 3

    • el 25 octubre, 2020 a las 17:24
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      Yo he estado varias veces, antes y después de la estrella. La cocina de Miquel es personal, es original y muy limpia, como bien indicabas.

      El problema de la estrella en este caso es que lo ha puesto en el mapa, sin duda, pero también es cierto que otros restaurantes de una estrella ofrecen “otras cosas” que en este restaurante no se dan. Y eso para un caza-estrellas como tú (o como yo) pasa factura, sobre todo por un tema de expectativas, que son muy lícitas oiga, que hay un montón de inspectores muy críticos concediendo (y negando) estrellas a restaurantes que viven por y para ella.

      Las comparaciones son odiosas, sí, pero ahí están y no podemos evitar como humanos hacerlas. Si viviera cerca no dudo de que iría más a menudo, pero ir hasta allí cuesta con la enorme oferta que tengo a mi alrededor que recorre ese tipo de cocina.

      Un saludo
      Dani

      • el 26 octubre, 2020 a las 15:16
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        Hace bastate tiempo que , por desgracia , no he podido ir a este restaurante . por eso no puedo rebatir tus afirmaciones. Lo unico que si que puedo decir es que , he comido muchas veces alli (antes y después de la estrella) y , en todas he disfrutado michisimo y , algunas han sido epicas. Quiero ir pronto porque , no sé si fué un mal dia y tuviste mala suerte (que es lo que yo creo) o es una linea que se ha emprendido.. Cuando vaya lo comentare 🙂

        • el 26 octubre, 2020 a las 20:53
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          Ya me cuentas @javieraleis sí, tengo curiosidad, pero vamos, que el 95% de los lugares que tú recomiendas, también los recomendaría yo, así que en este caso, raro, quizás haya evolucionado hacia una línea más sutil y menos intensa, no sé, ya me dirás si percibes algún cambio.

          A ver, que no es que no me gustara, pero bueno, lo explicado.

          Abrazos

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