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Aún no he decidido si me gustó o no este recientísimo restaurante madrileño.
Y de hecho, dentro de un rato, podría valorar de nuevo las puntuaciones y poner algo totalmente distinto.
Para empezar, creo que es un concepto raro a esta ciudad. Según salí del lugar pensé: “En Copenhague este sitio costaría tres veces más y tendría una estrella Michelin, aquí va le doy dos meses”.
El lugar, como decía, de reciente apertura y que no conocía de nada (me llevó un amigo) se encuentra un poco a desmano, en un lugar más o menos céntrico, pero de reciente urbanización-remodelación. En un local muy moderno y muy chulo, de grandes ventanales, con una decoración muy nórdica, unas pocas mesas y una amplia barra-cocina. Disponen de mesa de mezcla, no sé si algún día pincharán, pero el día que fui estaba sonando en modo gramola, de manera automática.
Solo disponen de menú, aunque no es estricamente un menú degustación, pues es más bien (así lo explican) un estilo italiano de antipasti-pasta-principal y postre.
Comenzamos con un cubito de polenta frita, ricotta fresca y salicornia. Bien, rico, se come de un bocado.
Sigue un plato de puntarelle alla romana, verdura que no conozco, pero que luego averiguo (gracias Google) que es una especie de achicoria muy apreciada en Italia. Un plato raro, quizás del gusto italiano, tan amantes ellos de los amargos. Unos cortes de verdura cruda, dura y amarga bañada con una vinagreta con anchoa. Seguramente sea una joya, pero me dejó frío.
Seguimos con la pasta: unos ravioli de pato azulón in brodo, es decir, en caldo. Muy ricos, para comerse 100, pero solo vienen 6.
Y llega el principal, un plato que parece que no, pero que salvó toda la cena, pues estaba muy bueno: colinabo en heno, puré de coliflor, salsa de oreja de cerdo y amontillado. Un platazo. Con una textura del colinabo impecable y que no echa en falta la proteína en ningún momento.
Antes del postre llega un prepostre, una hoja de acedera con un granizado por encima. Una especie de paparajote, pero comiéndote la hoja. Refrescante.
Y acabamos con un postre de pera y helado de mascarpone. Bien.
Todo son 60 euros. Que empieza ya a ser algo que duele, aunque con los precios que se manejan igual es hasta poco. Aquí también tengo dudas. Yo me quedé un poco con hambre y con ganas.
La carta de vinos también está en esa órbita nórdica-hipster. Todos vinos naturales. Bastantes y muy buenas referencias. No vi ningún vino por debajo de 30 euros, creo recordar, y de ahí para arriba. De entre los pagables elegí un rico chenin del Loira: Pont Borceau Vin de France de Jean Delrieu y luego pedí un pinot alsaciano de Julian Meyer, pero no lo tenían y me ofrecieron otro alsaciano (70% pinot noir y 30% pinot gris) de Terre a Boire. Afilado como un cuchillo.
Como resumen: un restaurante que podría estar en Copenhague, Estocolmo, Nueva York, Viena, Berlín, Milán o incluso Barcelona, pero aquí quizás no estemos acostumbrados. Jugando con las verduras como ingredientes principales y con un toque cárnico (tienen opción 100% vegetariana). Por lo visto tienen un menú diario a 28€.
Repetiría, no lo sé. Lo recomendaría… pues tampoco lo sé.
Si lo que os he contado os atrae, visitadlo ya, porque me da que 1) se la va a pegar y cerrará rápido o 2) triunfará y subirán los precios.
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