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Si pasas por Teruel, aquí tienes un plan gastro de lo más simpático e informal: arrancas con un vermú en Pura Cepa, consolidas ese aperitivo con otro en La Barrica, y rematas comiendo en El Mercao.
El Mercao se encuentra en pleno centro, en la Plaza de los Amantes, una plaza como concéntrica descendente, o ascendente, en su nivel inferior.
Gran terraza y espacioso y luminoso comedor, con una barra que antes era parada obligatoria para mí (junto con La Barrica y Pura Cepa), pero que, desde la pandemia de los coj, ya no le dan bola, ahora se centran en la sala.
Se trata de un restaurante asador, con entrantes de la tierra (huerta, huevos ecológicos) y creativos.
Éramos una mesa grande, y pedimos todo para compartir:
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• Croquetas caseras de oliva negra de Aragón y queso curado de Albarracín
• Carpaccio de Angus con AOVE del Bajo Aragón y lascas de queso de Albarracín
• Huevos ecológicos rotos con jamón de Teruel
• Cremoso de patata trufada con huevo poché y láminas de panceta
• Migas aragonesas con sacramentos de la matanza, huevo frito, uvas y AOVE trufado del Bajo Aragón
• Alcachofas confitadas, salteadas con Jamón de Teruel y piñones y micuit de foie
• Torrija caramelizada con helado de avellana
• Versión “El Mercao” del melocotón al vino
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Como se ve, no incluimos en la comanda nada de brasa, que es su fuerte. Y mira que asan cosas, cualquier bicho que se te ocurra. No fue nada buscado, surgió así, nos liamos a pedir, uno eligió una cosa, otro otra… y de parrilla 0 pelota. Otra vez será.
Lo que nos sacaron estaba todo muy rico. Todo… menos las migas aragonesas, que además es lo que más nos apetecía a varios. Vaya pinchazo, nadaban en aceite, con decir que no nos las terminamos… Para mí es motivo más que suficiente, y no es que yo sea muy exigente, para bajarle la calificación de cocina 4 estrellas sobre 5, que es lo que merece el resto, a 3. Un borrón tremendo.
El resto, como avanzaba, estupendo. Destacar las croquetas de oliva y queso, me fliparon, aunque la verdad es que no distinguí el sabor de mi adorada oliva negra bajoaragonesa, el cremoso de patata trufada con huevo poché y láminas de panceta, unos de sus platos estrella que ya había probado en otra ocasión en barra, una maravillosa conjunción de sabores y texturas que se come con cuchara, y el final, un trampantojo delicioso de ese tan de la tierra como es el melocotón al vino, donde la fruta iba en helado artesanal sobre un cucurucho grande y el vino, garnacha, cómo no, en un coulis.
La carta de vinos era variada con gran representación de referencias aragoneses, de los cual elegimos un blanco, cayeron varias botellas, de Teruel, Xado blanco 2023, de Más de Torubio, una interesante bodega de Cretas, en la privilegiada comarca del Matarraña. Este Xado blanco, una garnacha blanca criada en sus lías, es fresco y resultón, nunca falla y está muy bien de precio.
Servicio rápido, amable y amistoso.
Buen lugar, volveremos, a tomar algo de brasa, un ternasquico por ejemplo, pero no pediremos migas. O sí, a ver si era un error, que es lo más probable, porque no me cuadra nada un plato tan clamorosamente fallido entre tantos tan acertados.
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En esas situaciones pienso en dos cosas: ¿No ha revisado nadie cómo sale ese plato? Y si lo ha revisado, ¿de verdad lo ves bien?
Y eso me lleva a la segunda. Esta viene del libro de “Caldos / Broths” de Ricard Camarena: Tenemos que hacer cada caldo como si fuera la única comida que va a comer nuestra madre.
Pues para mi esto es religión en cada plato.
Nota: No me gusta ese libro; ni chispa. No hace falta que lo compréis.
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