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Cal Ganxo es toda una institución si hablamos de calçotades. Desconozco qué se servirá en él fuera de la temporada de calçots (ésta va más o menos de noviembre a abril) pues todo allí parece estar enfocado exclusivamente a la calçotada. Nadie nos enseño la carta y tampoco en su página web aparece enlace alguno a ésta.
El restaurante ocupa las múltiples dependencias de una antigua e inmensa masía en la pequeña aldea de Masmolets, muy cercana a Valls. Cuenta con un gran aparcamiento y se accede cruzando una serie de patios y jardines en los cuales vemos al personal del restaurante asando ya los anhelados calçots. El interior conserva todo el rusticismo de la masía, más si cabe en la sala donde nos acomodaron ya que se trata de la gran “almàssera” (sala de prensa) que mantiene esta antigua máquina de dimensiones descomunales. La luz es escasa y sobre la mesa, cubierta con mantel de papel, descansa un candelabro, el menaje para comer y dos hermosas “catalanas” (porrón o ampolla) repletas de vino tinto. Se puede beber directamente de ellas o servirse en la copa que tenemos cada uno enfrente.
Después de una cordial recepción y, sin mediar “negociación” alguna (aquí todos venimos a lo mismo) nos empiezan a servir el menú:
– Papas (patatas fritas) y aceitunas: las segundas son muy pequeñitas pero muy sabrosas.
– Calçots servidos sobre tejas con la salsa correspondiente: Una cantidad descomunal de calçots apilados lo cual propicia por un lado que se mantengan calientes aunque, por el otro, acaban aplastando en exceso los de la parte de abajo. Se cocinan en exceso a conciencia (poco hechos resultan incomestibles, de hecho) lo cual provoca que algunos se ropan al pelarlos al modo tradicional. La salsa es o se asemeja muchísimo a la popular romescu aunque no me atrevo a nombrarla como tal pues sé que un sector de la sociedad tarraconense defiende que no se trata de salsas idénticas. Está rica. Cabe comentar que disponemos de los tradicionales baberos para evitar mancharnos.
Tras la ingesta de los calçots nos invitan a pasar a una enorme pila que hay en la entrada por la que hemos accedido para limpiarnos las manos aunque también nos dicen que podemos hacer uso de los servicios convencionales sin reparo alguno. Mientras lo hacemos, se retira prácticamente todo en nuestra mesa incluido el mantel de papel quedando a la vista ahora el mantel de tela. Menaje limpio y proseguimos con el menú:
– Chuletas de cordero, longaniza blanca y butifarra a la brasa: riquísimo producto perfectamente cocinado y con un delicioso allioli casero para acompañar.
– Alcachofas a la brasa (se nota que no están recién asadas) y judías: realmente se trata de las guarniciones para acompañar la carne y los embutidos. Cabe reseñar que, llegados a este punto, nos han servido un buen cava como “maridaje” de ambos platos.
– Naranja preparada: pelada y en rodajas. Rica.
– Crema catalana: Sublime. Se sirve en plato al centro de la mesa, no en la popular cazuelita de barro. El crujiente del azúcar está divino al igual que la crema propiamente dicha.
Llegamos realmente saciados al final de la comida. Resulta difícil valorar la RCP. Lógicamente aquello que se ha servido no alcanza ni por asomo el precio que finalmente nos cobran, pero la originalidad de la experiencia, la generosidad en las raciones y en el vino y el cava y un servicio eficaz y simpático justifican sobradamente la cuenta que se abona.
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Oye, pues yo siempre que he ido a estas calçotades, lo que más me ha gustado, con diferencia, son las alcachofas, también siempre recién hechas a la brasa (veo que en tu caso, no) y empapando el corazón en la salsa de calçots… ¡uahhh, mucho mejor que los propios calçots!.
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Yo también sou muy fan de las alcachofas a la brasa, pero estas como que no.
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