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Comer en este restaurante trasciende más allá de aquello que ocurra entre sus cuatro paredes. Desplazarse expresamente hasta allí va unido intrínsecamente a la experiencia de viajar y conocer la comarca del Priorat, sobre todo si, como en nuestro caso, se trata de la primera vez. Llegar a Poboleda desde Falset por la carretera de Gratallops es un trayecto que deja imborrables estampas en nuestras retinas como los empinadísimos viñedos en las laderas de las montañas, muchos de ellos aún con las hojas de bonitos tonos anaranjados en los sarmientos, las pequeñas poblaciones con imponentes torres-campanario, las incontables bodegas de estilos arquitectónicos varipointos… Y bajarse del coche en Poboleda en un día soleado aunque notablemente frío, ver las humaredas que salen de las chimeneas de muchas de sus casas, pasear por sus callejuelas… son factores que predisponen positivamente a una comida que se antoja muy interesante.
Brots es un pequeño restaurante en cuya pequeña cocina oficia el chef Pieter Truyts que se instaló en esta pequeña población en 2014 tras una dilatada carrera en restaurantes de prestigio en Bélgica, Holanda, Francia y Cambrils (Can Bosch). Elabora una cocina de estilo propio en la que mezcla influencias flamencas asociadas a su formación, cocina catalana tradicional y una clara opción por el producto de proximidad. Excepto la carne del ciervo y las vieiras (lógicamente), creo recordar que todos los ingredientes del menú eran de elaboración artesanal o cultivados en la comarca. Se puede comer “a la carta” o elegir uno de sus dos menús. En nuestro caso tomamos el menú brots que se compuso de:
Aperitivos: lengua de vaca curada (nos pareció algo falta de sabor), aceitunas con vermut (que se toma directamente de una pipeta), chips de comino (riquísimos), fuet con queso azul (potencia controlada) y unos daditos a medio camino entre un paté y un embutido.
– Vieiras con butifarra negra, rúcula y chirivía: a modo de ensalada. Disfrutamos de lo lindo con la combinación de todos los elementos del enunciado combinados en un solo bocado. Mucho nivel.
– Risotto de ceps: reconstituyente para los fríos días de invierno. Apenas se nota el grano de arroz disimulado prácticamente en esta argamasa de sabor intenso y embaucador. Seguimos bien alto.
– Canelón de ciervo con su guarnición: Otro plato contundente que hace honores a la cocina tradicional catalana con el contrapunto contemporáneo de unas motas de remolacha confitada que aportan un interesante contraste dulce.
– Tarta de zanahoría, helado de avellanas y espuma de Cointreau: nuevamente una combinación magistral de todos los elementos, sobresaliendo especialmente el helado.
La carta de vinos es otra de las joyas de esta casa. Quien sirve la sala (desconozco si se trata de la pareja de Pieter aunque algo me hace creer que así es) tiene un vasto conocimiento de todo aquello que figura en ella. Todas las referencias son de vinos de la comarca (más unos pocos internacionales) y, en el caso de los tintos, vienen agrupados según la población donde se elaboran. Tomamos una botella de “En números vermells 100% garnacha blanca” y alguna copa de vino tinto cuya referencia no recuerdo con el canelón pues quienes nos sentamos a la mesa no son excesivamente amantes el vino y, además, había que conducir hasta Tarragona. A parte de servir los vinos, el trato fue exquisito y sus explicaciones sobre los platos muy precisas e ilustradoras.
En definitiva una comida maravillosa de esas que se recuerdan, que invitan a aconsejar encarecidamente este sitio y que incitan a quien les escribe a desplazarse nuevamente hasta allí para disfrutar a tope de una propuesta culinaria y una bodega dignas de elogio.
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Parece francamente interesante.
Oye, lo que no veo yo, al menos en el literal de los platos, esas “influencias flamencas”… ¿se percibían en boca?
P.D.: ¿quizás esa remolacha en los canelones?
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