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Qué bien este lugar; estos lugares. Dignifican el asunto del comer. Más allá de guías, dimes y diretes. Más allá de los trillados caminos de todo crítico gastronómico de relumbrón (los influensers de finales del siglo XX en versión “El sexto sentido”).
Estos lugares, con cocina del lugar y de la temporada. Con menús del día y de fin de semana. Y excepcionalmente llenos en algunos días sólo por determinados menús del día (los jueves. Guiño-guiño-codazo-codazo).
Tierra de Campos. Pichones. Envié a “mis cuervos” a averiguar ande y cómo, más allá de lo conocido. Y “mis cuervos” me contaron…
… y allá que fui a este lugar. En un día de temporada en que me pareció contar más escopetas que personas. Terraza cerrada, por el entretiempo. Barra en la entrada y paisanaje comentando lances y perdices esquivas. Dos salones. Uno grande, y otro muy grande. Nos (porque iba acompañado. No os acostumbréis) al grande. Es un lugar en que te sientes cómodo, por habitual. Y mesas vestidas, y servilletas. Y pan bregao. No estarán a la moda, pero te sientes bien.
Carta razonable en longitud y extraordiariamente clásica, en el mejorísimo de los sentidos. Menú del día y de fin de semana. Preguntar si hay algún puchero en curso, porque llevaba todo el día a unos (felicísimos) 7 grados. Y componer la comanda desde la intención hacia el extrarradio. Porque el motivo de mi visita eran: ¡¡ Pichones !!
Y pichones hubo. Un par de ricos pichones guisados (per cápita) con bien de fritada de pimientos. Eran el motivo de la visita, pero también hubo solvente menestra, bien majos pimientos rellenos y albardados, algún refresco, bien de agüita fresquita, y rico flan y arroz con leche caseros.
Este feliz asunto pichonístico fueronse a 83 EUR.
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