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Andaba yo buscando un lugar retirado del mundanal ruido que aunara casa rural con encanto y buen restaurante, no muy lejos de Valencia, y tras fallarme mi primera opción, encontré brujuleando este Casa Baltasar.
Curioso enclave el de Aliaguilla, una localidad conquense ahí justo en el vértice Cuenca, Valencia y Teruel, rodeada por todos lados por municipios de Valencia.
Aliaguilla, un pueblo que nos cayó muy simpático, pero justo es decir que, pese al cartel de la entrada que reza “pueblo con encanto”, no tiene encanto alguno salvo la Iglesia y esta Casa Rural Casa Baltasar que nos ocupa, una casa rural enorme y realmente encantadora en la que, como decía, pernoctamos. Pensaba que estaría fuera del pueblo por la descripción y las fotos, pero no, está en pleno casco urbano.
Tres mujeres empoderadas, “sin ayuda de sus maridos, que tienen sus trabajos”, según nos dijo una de ellas, son las socias y quienes gobiernan el negocio: Berta, el hotel, Resu, el restaurante, y una tercera de la que desconozco su nombre, pero a cambio conozco otro, Esther, que lleva con soltura la sala del restaurante y que no es socia, pero lo parece por lo implicada que está y por la afinidad con las anteriores, mujeres de mediana edad con seguridad, clase y educación, adquirida por ciencia infusa al parecer, porque por lo que comentaron, todas son nacidas allá y no han estudiado fuera.
Martes labor, noviembre… y el restaurante lleno. ¿Pero quién viene aquí a comer, a un pueblo de 600 habitantes que no está camino de ninguna parte? Y… ¿por qué? Pues me respondo yo mismo al quién: gente del pueblo o de pueblos cercanos, gente que va de propio, y, en menor medida, sólo éramos nosotros, gente que está alojada en la casa rural. Y anticipo también la respuesta del por qué: porque se come de locura.
Totalmente inesperado el nivel de cocina, brrrrutal, unas manos mágicas que elaboran recetas y platos tradicionales y otros no tanto, con resultados espectaculares, fruto de la unión de esa sabiduría innata y familiar con los toques contemporáneos que la cocinera ve por ahí.
La chef, Resu, la gran protagonista de esta historia, autodidacta ella. No nos lo podíamos creer, ¡cómo cocina! Sí su cocina fuera a la tradicional de la zona sería más fácil creerlo, pero realmente no podemos hablar de una cocina tradicional aunque sí de una cocina basada en productos y creaciones de la zona en buena parte, tratados con mimo, pero también muy, muy actualizada, y con mucha, mucha técnica, técnicas contemporáneas. ¡Qué manos la amiga Resu! Pero es que además… ¡qué bien emplata, qué buen gusto!
¿Y todo eso lo ha aprendido ella solita? Pues sí, confirmado, ella solita.
Y, sin complejos, ni menú ni leches, sólo carta. Y de esa carta, de longitud media, es que nos apetecía todo. Terminamos pidiendo, al centro:
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• Buñuelo de bacalao
• Croqueta de la casa
• Huevo trufado con espuma de patata y setas
• Brioche de rabo de toro, setas y salsa semi-picante
• Canelón de pollo picantón y setas
• Manitas de cerdo deshuesadas con aceite de trufa y salsa de setas
• Pluma ibérica con salsa de boletus
• Lemon pie deconstruido
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Vimos más influencias levantinas que manchegas en las referencias, preguntándole a Esther nos dijo que ellas casi que tiraban más en ese pueblo hacia Valencia que hacia Cuenca, por costumbre, ubicación, cercanía y tal. Algo que se evidenció más al ver la carta de vinos, pese a estar en La Manchuela, el 90% de la carta son referencias de la vecinísima D.O. Utiel-Requena, muchas y bien seleccionadas además. Tomamos un formidable Cerro Gallina bobal 2018, y antes, una copita de Camporrobles macabeo 2024, correctamente tratados y servidos.
Oye, y sólo una camarera y una cocinera y hay que ver el ritmo que llevaba la salida de pases, inmejorable.
Luego vimos que tiene un Solete. Hay soletes y soletes, este es uno de los de verdad, merecido, casi que un pre-Sol, porque apunta hacia allá con todo merecimiento.
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